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miércoles, 7 de octubre de 2009

In the valley of Elah

Mike Deerfield, soldado destinado en Irak, desaparece misteriosamente durante su permiso en los Estados Unidos. Su padre, Hank Deerfield, investiga la extraña desaparición con ayuda de la detective Emily Sanders. Pronto descubrirán pistas que le llevarán a descubrir una verdad cruel y terrible.


Destripando.

En el valle de Elah nos introduce en el ejército de los Estados Unidos. Más concretamente en el mundo que habitan los jóvenes cuyas experiencias en combate dejan marcadas heridas que de regreso a su país se convierten en una realidad tan fría y cruel como desquiciada e incomprensible.

De la mano de Hank Deerfield (Tommy Lee Jones) y con ayuda de la detective Emily Sunders (Charlize Theron) el espectador siente en la piel el estremecimiento y el drama que vive una sociedad cuyos jóvenes son enviados a una guerra disparatada en pos de la paz y la democracia y que sólo devuelve muertos y monstruos.

Es en esto último en donde la película de Paul Haggis incide con un esclarecedor guión y un pulso irrebatible. La película demuestra cómo hay un sistema que transforma a las personas, las deshumaniza, las pervierte en la guerra y las devuelve convertidas en carcasas vacías llenas de odio. Y esto último es lo que deja esa sensación de estupor, de incredulidad, de terror en las personas que conviven con ellos y que son testigos de sus actos en la sociedad "civilizada", esa que los jóvenes alistados dejaron atrás para combatir por su país.

La película no indaga en la culpa, no exhacerba ni dirige balas de plata. El público ya sabe fehacientemente que la autoría de esta insania es de unos pocos cuyos motivos son vergonzosos. La historia se centra en las consecuencias de esta locura.

El elenco actoral es de primera calidad, con Susan Sarandon y un Tommy Lee Jones que cuando se lo toma en serio (no como en Batman o Men in Black) arrasa con todo y con todos. Quizá el metraje pueda pueda ser largo en sus 120 minutos, aunque al aquí presente no se le hizo pesada en ningún momento.

Además, Paul Haggis tuvo la habilidad para no clavarnos en demasía (alguna escena al final comete execrable crimen) lo que se les presupone a las películas americanas en los últimos tiempos: banderas, patriotismo, libertad, democracia y lecciones de bien y mal.

Por suerte deja que la historia hable, deja que la película transpire sólo cine del bueno.

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