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miércoles, 3 de febrero de 2010

Taxi to the dark side

Dilawar proviene de una familia de campesinos. Se hace taxista para traer dinero a casa. Su calvario empieza cuando en el invierno de 2002 es detenido por aliados americanos y trasladado a la prisión de Bagram.
Alex Gibney utiliza esta historia como hilo conductor y feroz crítica a la represión de los Estados Unidos durante la guerra afgana e iraquí y, más concretamente, sobre las torturas que llevaron a cabo miembros del ejército americano siguiendo directrices desde Washington.

Destripando.

Duro documental, ganador de un Oscar, que muestra con claridad meridiana el horror de la guerra de Afganistan e Irak. De como la población detenida sufrió humillaciones y vejaciones enmarcadas en el terrible círculo del contraterrorismo estadounidense.

Taxi to the dark side desgrana en su metraje las claves (causas y consecuencias) de la guerra que inició la Administración Bush después del 11-S. La barbarie humana que supuso -y supone- el inicio de dos guerras, el empleo de la mentira hacia el pueblo norteamericano y la estrategia planificada de la guerra. Y mucho más allá de todo eso: el uso de tacticas sistematizadas y estudiadas para la obtención de información mediante tortura.

Si en algo da preferencia el documental, es al uso ilícito -y legitimado por el gobierno- de la tortura en todas sus categorías y fases, sin importar el daño, para la obtención de información que ayudase a la lucha contra el terrorismo. Ahí es donde entra Dilawar, un campesino afgano que trabajaba de taxista antes de ser apresado junto a tres pasajeros y llevado a la prisión de Bagram. En esta prisión, se encontraría con los métodos que después se emplearían con terrible eficacia en la archiconocida prisión de Abu Ghraib.

Gracias al excelente trabajo de Gabney, todos podemos asistir a las pruebas y los testimonios de soldados, militares destinados a Irak, altos mandos y periodistas que describen fríamente los últimos días de Dilawar en Gabram. Obtiene de estos la rutina diaria en una cárcel de tortura: las palizas, los escarnios, las posturas forzadas, el sueño interrumpido, las burlas... Todo ello al amparo de los oficiales superiores.

Y cuando ya creemos presenciar el caos de la dignidad humana, Gabney nos adentra más profundamente en la destrucción de esta cuando decide escalar por la columna de mando. Respondiendo a las preguntas: ¿Quién consintió? ¿Quién planificó? ¿Quién dictaminó que torturas se emplearían? ¿Por qué? Gabney desgrana y desenmascara a los verdaderos artífices del golpe, de la guerra, al brazo ejecutor que no es otro que la pléyade burocrática que aprovechó el golpe del 11-S para practicar la guerra sucia contra los terroristas. Con los servicios de inteligencia y el ejército como punta de lanza y el consentimiento de una nación sometida al miedo como escudo.

Lo más descorazonador es comprobar -como siempre- que las culpas caen hacia abajo, que los protagonistas de corbata salen bien librados de la peste que humea en sus decretos y en sus acciones. Y que los mayores verdugos en el terreno salieron sin escarnio del asunto.

Eso es lo escalofriantemente palpable de Taxi in the dark side. Un puñado de personas, apoyadas en el hueco abstracto que había en las leyes internacionales, cometieron crímenes de lesa humanidad con el consentimiento, la indiferencia y la impotencia de todos los demás.

Un puñado de personas que pertenecen a la nación más poderosa del planeta, símbolo y estandarte de los valores democráticos, luz que ha de guiar al mundo. Personas que nunca conocerán el sufrimiento que derrocharon y nunca pagarán por lo que hicieron.

Qué terrible infamia.

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