Páginas

miércoles, 10 de febrero de 2010

The code

Keith Ripley es un legendario ladrón de guante blanco, el mejor en su especialidad. Para saldar una antigua deuda, se dispone a robar unos huevos de Fabergé inexistentes para el mundo y de gran valor. Ripley, con ayuda de Gabriel, un joven especialista en robos, decide robar los huevos e intentar esquivar al agente Weber, un policía astuto que lleva tras su pista desde hace mucho tiempo.


Destripando.

Keith Ripley (Morgan Freeman) se dispone a robar unos huevos inéditos de Fabergé con la ayuda de Gabriel Martin (Antonio Banderas), para saldar una deuda pendiente que le costó la vida a su antiguo socio, padre de Alexandra (Radha Mitchell), una abogada y protegida de Keith. Pero el robo se irá complicando en la medida que el teniente Weber (Robert Foster), un policía que lleva años tras la pista de Ripley, cierre el círculo en torno a este en una trampa calculada. Para colmo de males, Ripley tiene que solventar la ardiente relación entre Gabriel y su ahijada, a fin de que no cometan estupideces.

The code es una buena película si no esperas nada de ella, porque nada ofrece. A simple vista, The code rememora las últimas películas de robos sin daños: la saga Ocean´s, La trampa, El secreto de Thomas Crown, The Score...

Lo que The code nos ofrece es más de lo mismo: un botín, ladrones sagaces, un policía pertinaz, una deuda que pagar y por eso robamos, un malo malísimo (ruso, ex-antiguo KGB, seguro) y un espléndido y sofisticado robo.

El caso que el film, a medida que transcurre, cuenta todo de forma mecánica, sin esforzarse nada en parecer innovador, fresco. Es simple y llanamente una suma de hechos que se entrelazan y luego se desenlazan sin mayor dificultad, ni para el director, ni para los actores, ni para el espectador. Las tramas se centran en el pasado de Ripley sin mucha convicción, en el rápido escarceo amoroso de Gabriel con Alexandra, y en el robo para pagar una deuda.

Este último suele ser el que mayor golpe de efecto suele causar en los filmes anteriormente pronunciados. El caso es que en The code todo el robo -el estudio del lugar, la preparación, la planificación, la acometida y el desarrollo del robo- tiene una profunda vacuidad. No hay ni una gota de suspense o gratificación para el espectador, ni siquiera se esfuerza por despertar el interés de este. Como si todo fuese enlatado y listo para servir, así de fácil.

Si al robo, que no es espectacular, le sumas unos actores sin profundidad, un guión rectilineo y un rodaje sin pulsiones; resulta que el montante total es una película anodina en donde sólo se intuye la diversión en los sitios más recónditos: gestos del gran Freeman, Banderas en el papel monocorde de galán -con los cuarenta lejanos y, por cierto, en el mismo papel que hacía allá por los noventa-, y las curvas juveniles de la fémina de turno. Nada más.

No hay mucho que ver porque el metraje ofrece pocos alicientes. Así que tómense la cosa con calma y hagan palomitas para pasar el rato.

No hay comentarios:

Publicar un comentario