Ella, ácida como el disolvente, resbala por mi piel gracias
a su dedo flotante.
Ella, sin fuego a la vista, tocaba almenaras en mi piel para
denunciar a su enemigo.
Ella, sin ser yo quien provocara, provocaba largos estragos por
su piel en mi boca.
Ella, que enturbia los finales de mis cuentos, suspendía el
principio de mi esperado sueño.
Ella, donde todo comienza, pertenece a los términos de la
analogía suprema.
Ella, certera en su sinónimo de amor, odiaba con sus dientes
mientras a mi me besa…
Ella, cerrada la puerta, toma el ascensor, se eleva, se
eleva.
Ella, la decisión tomada, entrelaza en su mente el aire virulento
de la azotea con la distancia.
Su cuerpo, el de ella, se suspende en el vacío como la pluma
que no se estrella.
Ella, con sus pupilas de platino, mira al cielo, ya no
vuela.
La nota en la mesilla amanece en mi despertar, la nota en la mesilla reza: “ni un engaño más”.
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