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viernes, 31 de agosto de 2012

Ella



Ella, ácida como el disolvente, resbala por mi piel gracias a su dedo flotante.
Ella, sin fuego a la vista, tocaba almenaras en mi piel para denunciar a su enemigo.
Ella, sin ser yo quien provocara, provocaba largos estragos por su piel en mi boca.
Ella, lánguida como los segundos que evoca, paseaba suavemente en el minuto de mi lengua.
Ella, que enturbia los finales de mis cuentos, suspendía el principio de mi esperado sueño.
Ella, donde todo comienza, pertenece a los términos de la analogía suprema.
Ella, certera en su sinónimo de amor, odiaba con sus dientes mientras a mi me besa…
Ella, cerrada la puerta, toma el ascensor, se eleva, se eleva.
Ella, dejándome dormido, firmando la venganza con lo escrito y lo acontecido.
Ella, la decisión tomada, entrelaza en su mente el aire virulento de la azotea con la distancia.  
Su cuerpo, el de ella, se suspende en el vacío como la pluma que no se estrella.
Ella, con sus pupilas de platino, mira al cielo, ya no vuela.
La nota en la mesilla amanece en mi despertar, la nota en la mesilla reza: “ni un engaño más”. 

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