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miércoles, 18 de noviembre de 2009

The Birds

Melanie Daniels va en busca de un regalo para su tia a una pajarería. Allí, Mitch Brenner, un abogado criminalista de San Francisco, le confunde voluntariamente con una dependienta y le pide una pareja de aves para el cumpleaños de su hermana pequeña. Melanie, ni corta ni perezosa, le devolverá la broma en una jugada maestra: le llevará los pájaros que pidió hasta la misma puerta de su casa en el pequeño pueblo de Bahia Bay.



Destripando.

Y así se inicia la que para mí es toda una película de ciencia ficción, de terror, de caos.

No se si sabrán de mi pasión por la desesperación humana justo en los momentos de la extinción como raza, por si acaso ya les digo que mi interés por humanos preguntándose el por qué de lo que les ocurre mientras fenecen a manos de poderes desconocidos es un jugoso paladeo para mis ojos, un goce visual.

En The Birds se dió la ocasión tan rara (casi como cuando se alinean los planetas) de que todo un maestro en el cine del suspense contrastado atrapa un guión de catástrofes sobrenaturales. Así es como se muestra esta película. Lo que parece ser un comienzo de comedia romántica al uso, se acaba convirtiendo en toda una debacle humana con la mejor banda sonora posible: graznidos de cuervos. Acompañado, claro está, de la mano del genio, del maestro. Hitchcock se mueve en diversos escenarios de la bahía y prepara bien la acometida de sus vengativas aves. Nos raciona el oxígeno con un pulso inigualable: la aparente tranquilidad de un pueblo costero, el misterio que acompaña a los primeros ataques, el desasosiego que produce una realidad imposible, el drama de los caídos, el pánico de las víctimas, las preguntas en la desesperación del populacho.

Toda la película está llena de perlas: la escena de Tippi Hedren esperando a los niños a la salida del colegio es inmortal. Y la escena que se desarrolla en la cafetería todavía me deja estupefacto: pánico, incredulidad, miedo, humor punzante...

The Birds supone para mi un regalo caído del cielo. Es como si Spielberg o Scorsese se pusieran a rodar una de zombies. Lástima que no tengan un talento y una factura como el director que aquí se menciona con auténtica devoción.

Postdata: he leído algunas reseñas que indican que el señor Hitchcock tenía en mente otro final distinto que por motivos económicos no pudo realizarse. Al llegar los aliviados supervivientes a San Francisco se encuentran el famoso Golden Gate lleno de enemigos alados.

Otra prueba más de que Dios no existe. ¿Quién, en su infinita sabiduría, negaría el placer de filmar esta escena a Sir Alfred?

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